La terapia como terapia del terapeuta

Hace ya bastantes años me licencié en psicología y como otros muchos matriculados en esta disciplina, pensaba que la carrera me suministraría herramientas para estar, ser, parecer o mostrarme mejor al mundo y a mí mismo.

La cuestión del porqué alguien se matriculaba en psicología era una pregunta que me asaltaba continuamente; por lo tanto, hice lo que se supone debe hacerse en estos casos, a saber: preguntar.

Así fue que fui formulando la cuestión a algunos de mis compañeros. No tengo datos estadísticos, pero, grosso modo, podría decir que más del 80% de mis colegas decidieron hacer psicología por el mismo motivo que yo. También he de decir que creo que tanto yo como mis colegas sufrimos una, no sé si gran o pequeña, frustración al acabar, porque simplemente nos licenciamos con un título y poca cosa más, es decir, de aquellos recursos y herramientas ansiados, bien poco obtuvimos.

Han pasado años de esto, y después de múltiples formaciones que he realizado, y especialmente de la última, con la que trabajo actualmente, sí que puedo decir que he podido compensar aquella antigua frustración.

Ahora bien, hace tiempo que vengo haciéndome una reflexión sobre esto de la terapia y el terapeuta: haciendo una paráfrasis libre, pero que muy libre, de Séneca cuando decía: «Homines dum docent discunt», o sea, «los hombres aprenden mientras enseñan», yo digo que «los terapeutas nos hacemos terapia mientras hacemos terapia».

La terapia como terapia del terapeuta (II)

Retomo el hilo del artículo anterior; pero antes de ofrecer las ideas o argumentos sobre la cuestión, permítaseme anticipar un par de elementos necesarios a considerar: seguramente son obvios, pero ya se sabe, muchas veces lo obvio es lo menos obvio de lo obvio. En primer lugar pensemos que siempre existirán excepciones a esta afirmación, como no podría ser de otra manera, y seguro que encontraremos ejemplos a nuestro alrededor. Por otro lado, sería también ingenuo llevar la lógica de esta idea hasta el límite, pues, de ser así, los terapeutas, en concreto los que ya han transitado muchos años por esta disciplina, serían algo así como dioses que caminan sobre las aguas, o algo incluso más difícil, serían totalmente felices, cosa, y seguramente no hace falta decirlo, imposible.

Dicho lo cual, alguno podría contrargumentar con el socorrido «en casa del herrero, cuchillo de palo», y seguramente tendría razón en algunos casos, pero, ¿podríamos imaginar a una monitora de gimnasia, rígida, torpe, fuera de peso, etc.?, bueno, quizá sí, como imaginarla sí, ahora bien, sería eso una excepción.

Ahora expondré las claves por las cuales esto es así, y aclaro que lo que digo, lo digo desde una visión pragmática de la acción terapéutica y no desde una visión moral o ideológica. La terapia es una terapia para el terapeuta:

  • Por autoconvencimiento por repetición.
  • Por el ejercicio de flexibilidad en los roles de complementario y simétrico.
  • Por aprender a soportar “el dolor”.
  • Por el “efecto contraste”.
  • Por trabajar el “como si” estuviéramos bien.

Y alguna más que ahora se me escapa…

En el próximo texto explicaré estas cuestiones, así como el otro lado de la moneda: lo que podríamos llamar los «peligros del terapeuta».

La terapia como terapia del terapeuta (III)

Recojo el hilo del artículo anterior donde citaba las claves de la acción terapéutica para poder sustentar que “la terapia es una terapia para el terapeuta” y ahora toca desarrollar cada una de estas claves.

  • Autoconvencimiento por repetición

Si como decía William James, no somos más que un manojo de hábitos, y uno de los elementos fundamentales para instaurar un hábito es la repetición; el hecho de que un terapeuta trabaje una y otra vez sobre determinadas ideas, por más que en un primer momento haya incluso dudado de ellas, acabaran instaurándose en el paquete de creencias que todo ser humano lleva consigo (“el modelo, modela”). Si como es de esperar, estas ideas y creencias son de tipo flexible, amplias, respetuosas y funcionales, podemos esperar que esta “acción repetida” sea a la vez terapéutica para el terapeuta.

  • Ejercicio de flexibilidad en los roles de complementario y simétrico

Suele darse por sentado que toda relación terapéutica es asimétrica por definición; desde un punto de vista estratégico nos gusta llamarle complementaria, cuando menos, como homenaje a algunos de nuestros antiguos maestros como Gregory Bateson y Paul Watzlawick, que fueron los que estudiaron los grandes principios de la comunicación. A estos grandes principios les llamaron “los cinco axiomas de la comunicación”. El quinto de ellos es el axioma de la complementariedad y la simetría.

Por cuanto la flexibilidad terapéutica es uno de los objetivos de toda terapia (o al menos creo que debería serlo), me parece necesario que todo terapeuta sepa moverse con agilidad por este axioma, en aras de buscar la relación más funcional y por lo tanto más terapéutica. Ahora bien, el terapeuta no es una isla, de tal manera que aquello que aprende y practica en el set terapéutico es algo que le servirá para moverse de una manera más flexible también en su vida personal.

La terapia como terapia del terapeuta (IV)

  • Soportar el dolor

Cuando hablamos de terapia clínica, toda demanda lleva implícita la idea de sufrimiento, de dolor. Todo terapeuta, en cuanto ser humano, ha pasado por el dolor de manera más o menos intensa en su vida: «nada de lo humano me es ajeno», decía Terencio, y por lo tanto es un ámbito que todos hemos transitado.

Existen historias de clientes con una carga de dolor tan extrema que en ocasiones no es nada fácil mantener la distancia necesaria para que la relación terapéutica pueda ser funcional. Ahora bien, según uno de los principios básicos de la psicología, como es la exposición, en la medida que un profesional de la terapia se expone a lo largo del tiempo al dolor, puede aprender a mantener y soportar esa distancia terapéutica. De no ser así, desde nuestro punto de vista, podríamos perdernos junto con el cliente en el bosque, algo que podría resultar ineficaz.

  • El efecto contraste

Es evidente que el terapeuta vive en un universo sesgado, es decir: las personas que acuden a su consulta son las personas que sienten que tienen problemas, y creen que necesitan a alguien que les pueda ayudar. Como personas que somos no nos podemos abstraer del todo, ni todo el tiempo (si es que lo podemos hacer en algún momento), de los principios con los cuales percibimos la realidad. El principio de contraste es uno de esos principios que rige la percepción humana; y el terapeuta puede sentir este efecto entre él y sus clientes: es humano. Más allá del aspecto moral de esta cuestión, podríamos decir que este mecanismo actuaria con un efecto positivo sobre la autoestima del terapeuta.

La terapia como terapia del terapeuta (V)

El “como si” del terapeuta

Todos tenemos días buenos y días malos, días en que estamos más tranquilos y días en los que estamos “de los nervios”. Ahora bien, el terapeuta estratégico, para poder estar “presente” en las sesiones de terapia, aun no estando del todo bien, adopta una actitud determinada; “se esfuerza” en el sentido de estar “como si” estuviera en plena forma. Esta misma actitud de estar “como si”, es en el fondo, desde mi punto de vista, todo un regalo que se hace el terapeuta a sí mismo, y por añadidura al cliente; pues si somos capaces de actuar “como si” durante los primeros minutos, eso creará  una determinada inercia, que acompañada por el cliente, generará una realidad particular, que una vez más ha empezado a construir el terapeuta. La práctica de esta actitud es, para nosotros, fundamental en terapia, y porque no, en la vida…

De igual manera que podemos ver el “lado brillante” de la praxis terapéutica, podemos ver también, algún aspecto que quizá no sea tan brillante, lo podríamos llamar el “lado oscuro”: sobre ese “lado oscuro” se me ocurre alguna reflexión. Lo dejamos aquí, y en la próxima parada si os parece, podemos reflexionar sobre los peligros del terapeuta, como por ejemplo, “el complejo de Dios”, algo que se le suele atribuir a algunas personas de la clase médica, y que creo que también es aplicable a algunas personas de la clase “psicoterapeutas”.

La terapia como terapia del terapeuta (VI)

El lado oscuro

En la quinta entrega de esta serie de reflexiones, acabé mencionando que haría también una reflexión sobre el “lado oscuro” del terapeuta. Ahí va.

Uno de los posibles hándicaps como terapeutas es la visión que se puede tener por parte de clientes y personas en general respecto del hecho de ser terapeutas; una visión, a veces, un tanto alejada de la realidad. Los terapeutas no somos dioses, no caminamos por encima de las aguas, ni podemos resolverlo todo; es más, tenemos dificultades y problemas que nosotros mismos no conseguimos resolver; somos seres falibles y vulnerables ante los avatares de la vida.

Digo esto porque a lo largo de mis años en este mundo de la psicología, y después de haber transitado por cursos, formaciones y talleres de diferentes corrientes terapéuticas, he podido observar un fenómeno un tanto particular, a la vez que lo entiendo como natural, incluso como humano, demasiado humano que diría nuestro amigo Nietzsche.

Cuando era más novato y en formación, tenía la impresión de que aquello que me estaban ofreciendo, cual santo grial, era el secreto de los secretos, la llave que abriría todas las puertas, la medicina que curaba todos los males y con ese grial en mis manos, me parecía estar, a veces, por encima del común de los mortales; evidentemente era una sensación personal. Ahora bien, he de decir que también percibía lo mismo en algunos compañeros de mis grupos de formación. Pura soberbia; ese complejo de dios que el tiempo, los fracasos terapéuticos y la experiencia acaban por ir desmontando poco a poco. Por otro lado tengo la sensación de que, como yo, en la mayoría de los colegas esta idea también se ha desmontado. Aunque, como con casi todo… hay excepciones que confirman la regla.

Seguiremos informando, perdón reflexionando.